Respiro, mantengo, exhalo y vuelvo a respirar.
El aire fresco y suave que entra, elimina mis impurezas y acaricia mi interior.
Cuento uno, dos, tres… y así hasta cien.
Mientras estiro mis brazos, entrelazo mis dedos… siempre con los ojos cerrados.
Imagino un bosque de cerezos japoneses y lo mucho que me gustaría perderme entre sus nubes rosadas,
suaves como el corazón de un viejo que supo lo que es el amor.
Tranquilo, bajo lentamente mis brazos y abro, despacio, mis ojos.